
FALLA RÁPIDO, FALLA BARATO
- Categorías Innovacion
- Fecha 17/11/2023
Si hay una frase que define nuestro tiempo, esa es “Fail fast, fail cheap” (Falla rápido, falla barato), es el lema para la rápida innovación. Se trata de convertir rápidamente las ideas en realidad. Se trata de acelerar el proceso de experimentación, aprender y eventualmente llegar a ganar resultados empresariales rápidamente.
El 70% de los nuevos productos que se lanzan al mercado fracasan y el 90% de las compañías mueren antes de cumplir cinco años.
Utilizamos metodologías ágiles, creamos productos mínimos viables para pivotar sobre ellos, la publicidad pide cada vez mejor performance (resultados) y cada vez a menos responsables de marketing les importa el branding (la creación de marca).
La cultura actual se enfoca en la positividad y la hiperactividad, donde se nos dice que todo es posible, podemos salir de nuestra zona de confort y ser nuestros propios jefes.
Vivimos en el mundo del “si quieres, puedes”, “sal de tu zona de confort”, emprende dentro o fuera de tu empresa. Vivimos en la era de la hiperactividad, de la positividad: ¡Todo es posible!, somos multitarea, tenemos más información que nunca, podemos ser nuestros propios jefes, podemos conseguir nuestra libertad financiera, teletrabajar mientras cuidamos de nuestros hijos o vivimos a orillas de una paradisiaca y remota playa. Somos más libres que nunca.
O no.
En 1975, Michel Foucault publicó “Vigilar y castigar”, una obra en la que describe a la sociedad del siglo XX como una “sociedad disciplinaria”, donde todo se dirige a la búsqueda de un orden que se construye en la contraposición del castigo y la recompensa.El corpus de dicha sociedad son las llamadas “instituciones disciplinarias”, que conforman la estructura en la que esta sociedad se basa: las escuelas, las prisiones, los orfanatos, los asilos, los cuarteles, los hospitales, los psiquiátricos, las fábricas…
Todo este entramado institucional, que surge a partir de las grandes revoluciones (liberales, burguesas y, principalmente la Revolución Industrial) tiene como objetivo común la búsqueda de un orden establecido y se organizan en torno a la disciplina y al concepto del “permiso para poder hacer” como único camino para lograr las cosas.
Es un mundo negativo, donde los sujetos necesitan obtener permiso para realizar cualquier acción. La permeabilidad social es inexistente: naces rico o pobre, para serlo durante el resto de tu vida.
Qué diferente es la sociedad del siglo XXI.
El objetivo es ahora ser libre, independiente y feliz. El filósofo Byung Chul Han, sostiene que el actual modelo económico, que promueve que el trabajador se convierta en su propio autoempleador, también convierte a éste en su propio autoexplotador. En su libro “La sociedad del cansancio”, de 2010, analiza a la sociedad actual en contraposición a la “sociedad disciplinaria” de Foucault.
Según Byung Chul Han, El siglo XXI ha devenido en una sociedad que parecía destinada a liberarnos de este yugo. Hemos pasado del mensaje negativo antes citado a un mensaje positivo sin paliativos, donde, en contraposición a las instituciones disciplinarias, priman los gimnasios (mantente en forma), las oficinas con servicios de ocio para los empleados (disfruta en tu trabajo), las empresas descentralizadas y poco jerarquizadas (el jefe es uno más) y la educación basada en el “todo es posible, solo tienes que proponértelo”.
Nos olvidamos del permiso para poder hacer y nos centramos en el “poder poder”. Todo es posible, todo depende de ti. Sloganes como “yes we can” expresan dicha positividad.
Si la sociedad disciplinaria era una fábrica que generaba locos y criminales a los que el opresivo sistema no dejaba más salida, la sociedad del rendimiento (como la llama Han) por contra, produce depresivos y fracasados. La depresión es la expresión patológica del fracaso. Un sentimiento reforzado por la desaparición y atomización de los vínculos tradicionales que nos sirven de apoyo, como la familia y por la presión, que lleva a la depresión por agotamiento, cuando el sujeto se da cuenta de que “no puede poder”.
Para terminar el terrible cóctel, el falso sentimiento de libertad no hace sino agudizar el problema y hacernos sentir aún peor. ¿De quién será culpa nuestro fracaso si la sociedad ha puesto a nuestra disposición todas las herramientas necesarias para alcanzar el éxito?
Sal de tu zona de confort, escuchamos con demasiada frecuencia; emprende y conviértete en tu propio jefe, vemos a diario; consigue tu libertad financiera, escuchamos permanentemente.
Evolución en la publicidad
Podemos verlo en la evolución de la publicidad. Si nos damos una vuelta por la publicidad de los 60 y 70 descubriremos anuncios de coches, lavadoras y productos de limpieza, destinados a hacer la vida más fácil a una clase, la trabajadora,que tras la II Guerra Mundial, empieza a poder vivir con más comodidad gracias a todos estos productos.
En las décadas siguientes, la publicidad incorpora productos de ocio, electrónica de consumo, diseño y lujo, para que esos mismos trabajadores puedan sentirse mejor consigo mismos.
En la actualidad, un breve paseo por las redes sociales nos mostrará una tipología de anuncios completamente diferentes: Aprende a invertir en bolsa, entra en el mundo de las criptomonedas, consigue un patrimonio en inmuebles, crea tu propio negocio e infinidad de posibilidades que nos permiten asomarnos a la cúspide de la pirámide de Maslow.
¿Y qué ocurre cuando llegamos a la cima de la montaña? La soledad, el vértigo y la bajada como única alternativa a la caída.
Nos creemos más libres, pero lo único que ocurre es que nos convertimos en amo y siervo al mismo tiempo, víctima y verdugo simultáneamente.
Conozco y he asistido a ponencias de emprendedores que han triunfado y forman parte del Olimpo de dioses a adorar por esta sociedad del triunfo. Se usan como ejemplo en las escuelas de negocio y son invitados como oradores para dar charlas motivadoras. Conozco también emprendedores que han luchado hasta la extenuación por un negocio que no pudo ser (a pesar de que todo lo que escuchaban era “si quieres, puedes”). Grandes profesionales que han hipotecado su casa o vendido su coche, obcecados en llegar a lo más alto, que han roto su relación con su pareja o cuyos hijos seguirán pagando su deuda años después de su muerte. Nadie les citará nunca en ningún libro de autoayuda ni aparecerán en ninguna charla en Stanford. Hay que tener la cabeza muy bien amueblada para salir cuerdo de ese trance y, cuanto más hundidos se encuentran, más mensajes positivos les lanza la sociedad: “Hay que aprender de los errores y volver a empezar”,” los fracasos tienen más valor que los éxitos”, “si te caes 10 veces, levántate 11”.
“Fail fast, fail cheap and go on”.
Durante la Revolución Industrial, cuando la población se trasladó a las grandes ciudades, lejos de los centros de producción agrícola, la leche de vaca se convirtió en un elemento clave de la alimentación humana. La leche de vaca permitía alimentar a una gran cantidad de obreros con un producto barato, fácil de explotar en grandes cantidades y disponible durante todo el año. La leche de vaca se convirtió en un alimento básico de nuestra dieta.
Durante los años 70 y posteriores, una importante empresa de productos lácteos, convirtió sus derivados en el alimento por antonomasia. Una gran variedad de gama y una agresiva actitud frente al mercado lo convirtieron en el postre estrella, el desayuno por excelencia y la cena sustitutiva. La larga durabilidad y el fácil almacenaje propiciado por las neveras y frigoríficos logró arrinconar a la fruta y otros productos frescos tan consumidos por nuestros abuelos.
Un aumento excesivo y prolongado de lácteos, sin embargo, aumenta el colesterol y produce estreñimiento. Incomprensiblemente, la empresa de lácteos lanzó una gama de productos (lácteos, por supuesto) contra el estreñimiento y otra línea de productos destinados a bajar los niveles de colesterol con gran éxito de ventas.
Nuestra sociedad procede exactamente igual con el mal derivado de esta actitud.
Positivismo plus, contra los efectos perniciosos derivados del positivismo.
El que ayer te vendía un curso para invertir en bolsa, hoy te ofrece sesiones de pseudoterapia para activar tu energía interna y los mismos que te presionan en tu empresa para mejorar tu productividad, se ofrecen para ayudarte a reducir el stress mediante sesiones de “mindfulness”.
Hemos alcanzado el mundo feliz que Huxley previó en 1932 en su obra «Un mundo feliz» y aunque, como ocurre con Verne, las descripciones premonitorias que realizaron los autores no se parezcan en nada a la realidad, el resultado y las consecuencias son muy parecidos.
¿Hacia dónde nos lleva esta forma de actuar? ¿Qué podemos esperar de este positivismo que todo lo puede? Como sociedad, nos traslada a un modelo hipertenso, saturado e hiperactivo, a una sociedad inmisericorde con el fracaso. Fail fast, fail cheap.
Te daré un consejo: Trata de hacerlo así, porque si fallas demasiado tarde o fallas demasiado caro, quizás ya no puedas volver a levantarte.